sábado, 3 de febrero de 2007

¿Cómo pensamos el siglo XXI?

Estaba pensando, mientras curso un ciclo de filosofía que dicta José Pablo Feinman sobre Nietzsche y Heidegger, cómo construir un pensamiento coherente que explique este estado de caos en el que parece estar todo.
En ese momento Feinman (el bueno, no confundir con Eduardo) dijo: “este es un tiempo apocalíptico. Las cosas van a pasar, Botnia no se va a ir, todo va a suceder, en realidad creo que lo único que podemos hacer es tratar de que sucedan de la manera menos brutal”. Algo más o menos así. Lo miré desde mi butaca en el auditorio y él siguió disertando sobre la “voluntad de poder que sobrevive con más poder”, ajeno a nuestros pensamientos coincidentes, apocalípticos, tremendamente realistas.
Después, al salir un rato de la vorágine cotidiana, de los varios trabajos que tengo, del llanto de mi niña que sostiene sus demandas con toda la personalidad que logró acumular en estos casi dos años de vida, me meto en algún recoveco de la casa para pensar cómo pensar.
Este siglo que se nos vino encima y no estábamos preparados, que creíamos que era el futuro pero estamos vislumbrando, tristemente, que tal vez sea el siglo final. Por eso será que este es el tiempo de la velocidad, del hoy, aquí y ahora.
¿Es un planteo pesimista? Cambio climático con sus desastres conocidos, concentración de riqueza planetaria con la necesaria exclusión... ¿del sistema?. Ese sistema, ese modelo capitalista que triunfó sobre las ideas de Marx, eso que es lo que conocemos, lo que amamos, lo que defendemos, lo que endiosamos es lo que nos está matando.
Aunque las voces anti globalizadoras se desgranen en advertencias, aunque las cumbres ambientalistas rueguen por la atmósfera, aunque lo que quede de “real” en la doctrina cristiana advierta sobre la pobreza, el mundo de los negocios dicta las regla del juego, con una frialdad pragmática, con un pragmatismo escalofriante.

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